Dejame, si, dejame, dios o angel, demonio.
Dejame a solas, turba angelica,
solo conmigo, con mi multitud.
Estoy con uno como yo,
que no me reconoce y me muestra mis armas;
con uno que me abraza y me hiere
-y se dice mi hijo-;
con uno que huye con mi cuerpo;
con uno que me odia porque yo soy el mismo.
Mira, tu que huyes,
aborrecible hermano mio,
tu que enciendes las hogueras terrestres,
tu, el de las islas y el de las llamaradas,
mirate y dime:
ese que corre,
ese que alza lenguas y antorchas
para llamar al cielo y lo incendia;
ese que es una estrella lenta que desciende;
aquel que es como un arma resonante,
?es el tuyo, tu ser, hecho de horas
y voraces minutos?
?Quien sabe lo que es un cuerpo,
un alma,
y el sitio en que se juntan
y como el cuerpo se ilumina
y el alma se obscurece,
hasta fundirse, carne y alma,
en una sola y viva sombra?
?Y somos esa imagen que sonamos,
suenos al tiempo hurtados,
suenos del tiempo por burlar al tiempo?
En soledad pregunto,
a soledad pregunto.
Y rasgo mi boca amante de palabras
y me arranco los ojos
henchidos de mentiras y apariencias,
y arrojo lo que el tiempo
deposita en mi alma,
miserias deslumbrantes,
ola que se retira…
Bajo del cielo puro,
metal de tranquilos, absortos resplandores,
pregunto, ya desnudo:
me voy borrando todo,
me voy haciendo un vago signo sobre el agua,
espejo en un espejo.