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Llano by Octavio Paz

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El hormiguero hace erupcion. La herida abierta bortotea, espumea, se expande, se contrae. El sol a estas horas no deja nunca de bombear sangre, con las sienes hinchadas, la cara roja. Un nino -ignorante de que en un recodo de la pubertad lo esperan unas fiebres y un problema de conciencia- coloca con cuidado una piedrecita en la boca despellejada del hormiguero. El sol hunde sus picas en las jorobas del llano, humilla promontorios de basura. Resplandor desenvainado, los reflejos de una lata vacia -erguida sobre una piramide de piltrafas- acuchillan todos los puntos del espacio.

Los ninos buscadores de tesoros y los perros sin dueno escarban el amarillo esplendor del pudridero. A trescientos metros la iglesia de San Lorenzo llama a misa de doce. Adentro, en el altar de la derecha, hay un santo pintado de azul y rosa. De su ojo izquierdo brota un enjambre de insectos de alas grises, que vuelan en linea recta hacia la cupula y caen, hechos polvo, silencioso derrumbe de armaduras tocadas por la mano del sol. Silban las sirenas de las torres de las fabricas. Falos decapitados. Un pajaro vestido de ***** vuela en circulos y se posa en el unico arbol vivo del llano. Despues… No hay despues. Avanzo, perforo grandes rocas de anos, grandes masas de luz compacta, desciendo galerias de minas de arena, atravieso corredores que se cierran como labios de granito. Y vuelvo al llano, donde siempre es mediodia, donde un sol identico cae fijamente sobre un paisaje detenido. Y no acaban de caer las doce campanadas, ni de zumbar las moscas, ni de estallar en astillas este minuto que no pasa, que solo arde y no pasa.