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1930: vistas fijas by Octavio Paz

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?Que o quien me guiaba? No buscaba a nadie, buscaba todo y a todos:
    vegetacion de cupulas azules y campanarios blancos, muros color de sangre seca, arquitecturas:
    festin de formas, danza petrificada bajo las nubes que se hacen y se deshacen y no acaban de hacerse, siempre en transito hacia su forma venidera,
    piedras ocres tatuadas por un astro colerico, piedras lavadas por el agua de la luna;
    los parques y las plazuelas, las graves poblaciones de alamos cantantes y laconicos olmos, ninos y gorriones y cenzontles,
    los corros de ancianos, ahuehuetes cuchicheantes, y los otros, apenuscados en los bancos, costales de huesos, tiritando bajo el gran sol del altiplano, patena incandescente;
    calles que no se acaban nunca, calles caminadas como se lee un libro o se recorre un cuerpo;
    patios minimos, con madreselvas y geranios generosos colgando de los barandales, ropa tendida, fantasma inocuo que el viento echa a volar entre las verdes interjecciones del loro de ojo sulfureo y, de pronto, un delgado chorro de luz: el canto del canario;
    los figones celeste y las cantinas solferino, el olor del aserrin sobre el piso de ladrillo, el mostrador espejeante, equivoco altar en donde los genios de insidiosos poderes duermen encerrados en botellas multicolores;
    la carpa, el ventrilocuo y sus munecos procaces, la bailarina anemica, la tiple jamona, el galan carrasposo;
    la feria y los puestos de fritangas donde hierofantas de ojos canela celebran, entre brasas y sahumerios, las nupcias de las substancias y la transfiguracion de los olores y los sabores mientras destazan carnes, espolvorean sal y queso candido sobre nopales verdeantes, asperjan lechugas donadoras del sueno sosegado, muelen maiz solar, bendicen manojos de chiles tornasoles;
    las frutas y los dulces, montones dorados de mandarinas y tejocotes, platanos aureos, tunas sangrientas, ocres colinas de nueces y cacahuetes, volcanes de azucar, torreones de alegrias, piramides transparentes de biznagas, cocadas, diminuta orografia de las dulzuras terrestres, el campamento militar de las canas, las jicamas blancas arrebujadas en tunicas color de tierra, las limas y los limonones: frescura subita de risas de mujeres que se banan en un rio verde;
    las guirnaldas de papel y las banderitas tricolores, arcoiris de jugueteria, las estampas de la Guadalupe y las de los santos, los martires, los heroes, los campeones, las estrellas;
    el enorme cartel del proximo estreno y la ancha sonrisa, bahia extatica, de la actriz en cueros y redonda como la luna que rueda por las azoteas, se desliza entre las sabanas y enciende las visiones rijosas;
    las tropillas y vacadas de adolescentes, palomas y cuervos, las tribus dominicales, los naufragos solitarios y los viejos y viejas, ramas desgajadas del arbol del siglo;
    la musiquita rechinante de los cabellitos, la musiquita que da vueltas y vueltas en el craneo como un verso incompleto en busca de una rima;
    y al cruzar la calle, sin razon, porque si, como un golpe de mar o el ondear subito de un campo de maiz, como el sol que rompe entre nubarrones: la alegria, el surtidor de la dicha instantanea, ?ah, estar vivo, desgranar la granada de esta hora y comerla grano a grano!!;
    el atardecer como una barca que se aleja y no acaba de perderse en el horizonte indeciso;
    la luz anclada en el atrio del templo y el lento oleaje de la hora vencida puliendo cada piedra, cada arista, cada pensamiento hasta que todo no es sino una transparencia insensiblemente disipada;
    la vieja cicatriz que, sin aviso, se abre, la gota que taladra, el surco quemado que deja el tiempo en la memoria, el tiempo sin cara: presentimiento de vomito y caida, el tiempo que ha ido y regresa, el tiempo que nunca se ha ido y esta aqui desde el principio, el par de ojos agazapados en un rincon del ser: la sena de nacimiento;
    el rapido desplome de la noche que borra las caras y las casas, la tinta negra de donde salen las trompas y los colmillos, el tentaculo y el dardo, la ventosa y la naceta, el rosario de las cacofonias;
    la noche poblada cuchicheos y alla lejos un rumor de voces de mujeres, vagos follajes movidos por el viento;
    la luz brusca de los faros del auto sobre la pared afrentada, la luz navajazo, la luz escupitajo, la reliquia escupida;
    el rostro terrible de la vieja al cerrar la ventana santiguandose, el ladrido del alma en pena del perro en el callejon como una herida que se encona;
    las parejas en las bancas de los parques o de pie en los repliegues de los quicios, los cuatro brazos anudados, arboles incandescentes sobre los que reposa la noche,
    las parejas, bosques de febriles columnas envueltas por la resiracion del animal deseante de mil ojos y mil manos y una sola imagen clavad en la frente,
    las quietas parejas que avanzan sin moverse con los ojos cerrados y caen interminablemente en si mismas;
    el vertigo inmovil del adolescente desenterrado que rompe por mi frente mientras escribo
    y camina de nuevo, multisolo en su soledumbre, por calles y plazas desmoronadas apenas las digo
    y se pierde de nuevo en busca de todo y de todos, de nada y de nadie