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Entre la piedra y la flor by Octavio Paz

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En el alba de callados venenos
amanecemos serpientes.

Amanecemos piedras,
raices obstinadas,
sed descarnada, labios minerales.

La luz en estas horas es acero,
es el desierto labio del desprecio.
Si yo toco mi cuerpo soy herido
por rencorosas puas.
Fiebre y jadeo de lentas horas aridas,
miserables raices atadas a las piedras.

Bajo esta luz de llanto congelado
el henequen, inmovil y rabioso,
en sus indices verdes
hace visible lo que nos remueve,
el callado furor que nos devora.

En su colera quieta,
en su tenaz verdor ensimismado,
la muerte en que crecemos se hace espada
y lo que crece y vive y muere
se hace lenta venganza de lo inmovil.

Cuando la luz extiende su dominio
e inundan blancas olas a la tierra,
blancas olas temblantes que nos ciegan,
y el puno del calor nos niega labios,
un fuego verde cerca al henequen,
muralla viva que devora y quema
al otro fuego que en el aire habita.
Invisible cadena, mortal soplo
que aniquila la sed de que renace.

Nada sino la luz. No hay nada, nada
sino la luz contra la luz rabiosa,
donde la luz se rompe, se desangra
en oleaje esteril, sin espuma.

El agua suena. Suena.
El agua intocable en tu tumba de piedra,
sin salida en su tumba de aire.
El agua ahorcada,
el agua subterranea,
de humeda lengua humilde, encarcelada.
El agua secreta en su tumba de piedra
suena invisible en su tumba de agua.

A las seis de la tarde
alza la tierra un vaho blanquecino.
Vuelan pajaros mudos, barro helado.
Arrasen nubes crueles el cielo sin orillas.

Pero en la noche el agua gime.
Un cielo de metal
oprime pecho y venas
y tiembla en el ahogo el horizonte.
El agua gime entre sus negros hierros.
El hombre corre de la muerte al sueno.

El henequen vigila cielo y tierra.
Es la venganza de la tierra,
la mano de los hombres contra el cielo.
?Que tierra es esta?,
?que extrana violencia alimenta
en su cascara petrea?
?que fria obstinacion,
anos de fuego frio,
petrificada saliva persistente,
acumulando lentamente un jugo,
una fibra, una pua?

Una region que existe
antes que sobre el mundo alzara el aire
su bandera de fuego y el agua sus cristales;
una region de piedra
nacida antes del nacimiento mismo de la muerte,
una region, un parpado de fiebre,
unos labios sin sueno
que recorre sin termino la sed,
como el mar a las lajas en las costas desiertas.

La tierra solo da su flor funesta,
su espada vegetal.
Su crecimiento rige
la vida de los hombres.
Por sus fibras crueles
corre una sed de arena
trepando desde sotanos ciegos,
duras capas de olvido donde el tiempo no existe.

Furiosos anos lentos, concentrados,
como no derramada, oculta lagrima,
brotando al fin sombrios
en un verdor ensimismado,
rasgando el aire, pulpa, ahogo,
blanda carne invisible y asfixiada.
Al cabo de veinticinco amargos anos
alza una flor sola, roja y quieta.
Una vara ****** la levanta
y queda entre los aires, isla inmovil,
petrificada espuma silenciosa.

Oh esplendor vengativo,
unica llama de este infierno seco,
?tanta fiebre acallada,
surge en tu llama rigida, desnuda,
para cantar, solo, tu muerte?
?Si yo pudiera,
en esta orilla que la sed ilumina,
cantar al hombre que la habita y la puebla,
cantar al hombre que su sed aniquila!

Al hombre humedo y persistente como lluvia,
al hombre como un arbol hermoso y ultrajado
que arranca su nacimiento al llanto,
al hombre como un rio entre las llamas,
como un pajaro semejante a un relampago.
Al hombre entre sus fines y sus frutos.

Los frutos de la tierra son los fines del hombre.
Mezcla su sal henchida con las sales terrestres
y esa sal es mas tierna que la sal de los mares:
le dio Adan, con su sangre, su orgulloso castigo.

?Si pudiera cantar
al hombre que vive bajo esta piel amarga!
El nacimiento,
el espanto nocturno,
la vasta mano que puebla y despuebla la tierra.

Entre el primer silencio y el postrero,
entre la piedra y la flor,
tu caminas. Te cine un pulso aereo,
un silencio flotante,
como fuga de sangre, como humo,
como agua que olvida.

Llamas petrificadas te sostienen.
Caminas entre espadas,
casi invisible
bajo el temblor del cielo liso,
con un paso, un solo paso tierno,
un leve paso de animal que huye.

Tu caminas. Tu duermes. Tu fornicas.
Tu danzas, bebes, suenas.
Suenas en otros labios que prolonguen tu sueno.

Alguien te suena, solo.
Tu nombre, polvo, piedra,
en el polvo sediento precipita su ruina.

Mas no es el ritmo oscuro del planeta,
el renacer de cada dia,
el remorir de cada noche,
lo que te mueve por la tierra.
?Oh rueda del dinero,
que ni te palpa ni te roza
y te deshace cada dia!

Angel de tierra y sueno,
agua remota que se ignora,
oh condenado,
oh inocente,
oh bestia pura entre las horas del dinero,
entre esas horas que no son nuestras nunca,
por esos pasadizos de tedio devorante
donde el tiempo se para y se desangra.

?El magico dinero!
Invisible y vacio,
es la senal y el signo,
la palabra y la sangre,
el misterio y la cifra,
la espada y el anillo.

Es el agua y el polvo,
la lluvia, el sol amargo,
la nube que crea el mar solitario
y el fuego que consume los aires.
Es la noche y el dia:
la eternidad sola y adusta
mordiendose la cola.

El hermoso dinero da el olvido,
abre las puertas de la musica,
cierra las puertas al deseo.
La muerte no es la muerte: es una sombra,
un sueno que el dinero no suena.

?El magico dinero!
Sobre los huesos se levanta,
sobre los huesos de los hombres se levanta.

Pasas como una flor por este infierno esteril,
hecho solo del tiempo encadenado,
carrera maquinal, rueda vacia
que nos exprime y deshabita,
y nos seca la sangre,
y el lugar de las lagrimas nos mata.

Porque el dinero es infinito y crea desiertos infinitos.
Dame, llama invisible, espada fria,
tu persistente colera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

Arde, sombrio, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre esteriles penas.

Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raices heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas petreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.